Desde la psicología, los problemas de conducta se definen como las
dificultades que tienen algunos niños para acatar reglas que otros aceptan más
fácilmente. Algunas de las conductas que pueden observarse son: desobediencia
constante a padres y/o maestros, berrinches severos en cualquier espacio donde
se encuentre el niño, conductas agresivas y/o violentas (físicas o verbales)
hacia otras personas u objetos, rehusarse a realizar las tareas que le
corresponden (tanto escolares como del hogar), mentir acerca de su persona y sus
acciones, entre otras.
A los niños de entre dos y tres años les
cuesta obedecer, intentan oponerse a las normas que les imponen los padres y se
ponen agresivos cuando los padres no aciertan a comprender lo que piden o no
acceden a sus deseos. El adolescente también cuestiona las normas y se
rebela.
Estas actitudes son normales, porque
corresponden a etapas evolutivas en las que se adquiere la autonomía y la
oposición aparece como vía de consolidación de la identidad.
La desobediencia en los niños o la rebeldía
en la adolescencia son comportamientos normales. Solo algunos casos concretos
que cumplen unos criterios diagnósticos específicos, corresponden a Trastornos
de Conducta (TC).
Los padres y cuidadores tienen un papel
fundamental en la regulación de la conducta del niño para que aprenda a
comportarse según las exigencias propias de la edad y de los diversos lugares y
personas con quienes interactúa. Los estilos educativos en los que predomina la
flexibilidad y el afecto suelen ser más efectivos que los
autoritarios.
Los TC son conductas persistentes en
quienes los padecen, caracterizándose porque infringen las normas sociales y los
derechos de las demás personas. Aparecen antes de los 13 años y para su
diagnóstico deben cumplirse los criterios definidos en un baremo llamado DSM-IV.
El diagnóstico descarta las alteraciones normales de la edad y los problemas de
conducta transitorios.
La prevalencia del TC (número de casos que
se presentan en la población) es importante, alcanzando cifras del 9% en niños y
del 4% en niñas. Puede aparecer en la infancia o en la adolescencia y dada la
diversidad de síntomas, puede ser leve, moderado o grave.
Según el sexo hay características
diferentes: en los chicos cuando aparece en la infancia y no se trata, va
progresando en complejidad y gravedad con los años. Sin embargo, si se inicia en
la adolescencia, suele ser menos grave. En las chicas por el contrario, aunque
el TC comience en la adolescencia, se manifiesta y comporta de forma similar al
TC en varones de inicio en la infancia, por lo que el pronóstico es peor que en
los casos en adolescentes varones.
Los TC pueden permanecer hasta la edad
adulta traduciéndose en personas con problemas de violencia, delincuenciales,
entre otros. Existen factores que ayudan ha predecir la continuidad del TC en la
edad adulta y, por tanto, orientan la prioridad en el
tratamiento.
El TC suele asociarse con otros trastornos;
el de atención e hiperactividad (TDAH), de ansiedad, depresión o el consumo de
sustancias.
· El TDAH es el trastorno que con más
frecuencia acompaña al TC: la coexistencia de estos dos trastornos favorece la
aparición de problemas más precoces y graves.
· El trastorno de ansiedad
es la segunda comorbilidad (trastorno que puede aparecer junto al TC). Sin
embargo, si aparece en la infancia reduce la gravedad del TC y evita su
cronicidad, mientras que si aparece en la adolescencia, tiene el efecto
contrario.
· 15% a 31% de los casos de TC pueden desarrollar depresión y con ello el riesgo de baja autoestima y potencial ideación
suicida.
El diagnóstico lo establecen profesionales de salud mental mediante la
realización de entrevistas y la aplicación de diversos test, tanto al paciente
como a su familia y profesores.
Debido que en el trastorno de conducta hay múltiples factores
determinantes, el tratamiento tiene que combinar e integrar intervenciones,
dirigidas tanto al niño como a la familia. Es decir por los múltiples factores,
el tratamiento se dirige al niño y su familia y comprende un abanico de
aproximaciones que incluyen programas de entrenamiento para padres, terapia
multisistémica, entrenamiento en la resolución de problemas, intervenciones
psicopedagógicas y el tratamiento farmacológico para casos graves.
Particularmente la terapia multisistémica destaca como la más efectiva para los
casos más graves.
Programas de entrenamiento a padres: Están diseñados para incrementar la coherencia y consistencia del
proceso de socialización de los hijos dentro del hogar. La mayoría de programas
se centran en la modificación de conducta del hijo y en el incremento de
comunicación y mejora de la relación padres-hijos. Se enseña a los padres a
establecer reglas, dar normas claras, negociar acuerdos y reducir o eliminar las
reprimendas verbales. Los padres también aprenden a utilizar el refuerzo
positivo para incrementar las conductas más adaptadas y actitudes
prosociales.
El niño descubre que sus padres ya no ven
en él sólo lo negativo y este cambio de actitud facilita la reducción del patrón
de interacción coercitiva. También se enseña a los padres cómo aplicar métodos
disciplinarios eficaces cuando la conducta requiere un
castigo.
Para que los cambios que se van produciendo
en casa, se generalicen a otros ámbitos, el niño ha de incorporar las nuevas
formas de actuar y para ello necesita contar con el apoyo y confianza de los
padres. En los programas para los padres
también se trabaja la comprensión de las propias emociones y las de los demás,
con el objetivo de desarrollar una actitud más empática y evitar los
posicionamientos rígidos que generan enfrentamientos. Para conseguir los
resultados deseados los padres han aplicar con perseverancia lo aprendido,
superando la frustración de no obtener
cambios de inmediato.
Terapia multisistémica: Es una de las pocas intervenciones que ha demostrado su eficacia para
escolares y adolescentes con graves trastornos de conducta. Se inicia con un
detallado estudio del niño y la familia para comprender el contexto sistémico de
los problemas de conducta, y luego se diseña la intervención en función de las
necesidades de cada grupo familiar. La intervención integra recursos
psicoterapéuticos, como la terapia familiar, individual o de pareja, con otros
comunitarios, como son la atención desde la escuela, el apoyo para la
cooperación padres-escuela, el acompañamiento en la integración en grupos de
actividades extraescolares, o la intervención con los compañeros de estas
actividades.
La eficacia de este procedimiento
terapéutico se basa en la delimitación clara de las necesidades y la actuación
integrada de los profesionales.
El entrenamiento en resolución de problemas: Se les enseña a delimitar el problema, definirlo, identificar
soluciones alternativas, anticipar las consecuencias para cada alternativa y
seleccionar el comportamiento más adecuado. Este proceso de reflexión contribuye
a reducir la actuación impulsiva en los momentos en que aparecen
conflictos.
Intervenciones psicopedagógicas: El retraso en el aprendizaje, ya sea por falta de capacidad
intelectual, por dificultades específicas o por las interferencias directamente
relacionadas con el trastorno de conducta, requiere atención psicopedagógica
individualizada. Se trata de evitar que el retraso académico incremente las
dificultades de integración grupal ya existentes por la falta de habilidades
sociales.
Recursos comunitarios psicoeducativos: Cuando el trastorno y la falta de implicación de la familia dificultan
la asistencia del niño a la escuela y/o el cumplimento del programa terapéutico
desde los centros de salud mental, hay que recurrir a las intervenciones
psicoeducativas desde la comunidad. Suelen ser programas promovidos por los
servicios sociales de los ayuntamientos y entidades juveniles, en los que los
educadores estimulan la conducta prosocial en grupo, mediante actividades
ocupacionales o lúdicas. Se fomenta el autocontrol, las habilidades de
comunicación, la empatía, la capacidad de compromiso y la
cooperación.
El tratamiento farmacológico: Tiene el
objetivo de reducir la agresividad y la impulsividad de los casos más graves, y
los síntomas de los trastornos comórbidos. El tratamiento farmacológico que
reduce los síntomas del TDAH también suele reducir la tasa y gravedad de los
trastornos de conducta.
La prevención se dirige fundamentalmente a casos de riesgo como pueden
ser preescolares procedentes de familias desfavorecidas.
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